AGONÍA EN LA ÉTICA SOCIAL DEL PERÚ



INTRODUCCIÓN

Ética es lo que realmente da sentido trascendente, autenticidad y cohe­rencia al quehacer del hombre, en lo personal y en su convivencia con los demás. Ética no es algo sobreañadido respecto al ser mismo del hombre, sino vocación del hombre a ser verdaderamente humano, a tener que en­contrar y dar sentido a su vida en la búsqueda de su realización auténtica y plena. El deber ser de la ética surge y se sustenta en el ser mismo del hom­bre, en su estructura antropológica.
¿Por qué la ética sigue siendo olvidada, aunque se acepte que todas las creencias? 


MARCO TEÓRICO

1.1.        Agonia.
Al utilizar el término agonía, la Real Academia Española hace mención: “Pena o aflicción extremada, angustia y congoja del moribundo, estado que precede a la muerte”. Ubicando este término en el ámbito de la ética social, podemos señalar que, existe un detrimento de las normas y valores que preceden al buen comportamiento, comportamiento peruano que nos está llevando a las tinieblas de la muerte, un mundo olvidado de ignorancia, repudio y desesperanza, donde muchos países tercermundistas merodean el límite de acceso.
Al conceptualizar el término “ética social”, Stob (1982, citado por Roldán, 2005) hace referencia que, es el estudio de la conducta moral de los individuos y de las realidades colectivas. En tal sentido, la preocupación sobre aspectos éticos de la persona deben ser calificados socialmente. Bajo la perspectiva psicosocial, es necesario analizar la conducta antiética del peruano, para partir hacia la intervención donde el psicólogo juega un rol imprescindible.

1.2.        ¿Cuáles son las conductas antiéticas más usuales en el peruano? ¿Qué nos caracteriza?
Empecemos con la cuenta: políticos que gozan de sueldos altos, lo que constituye una cachetada para la pobreza; congresistas que convierten en un campo de batalla su día a día laboral, donde la norma a seguir es “nunca unificar criterios, dile sí a la contradicción, a la terquedad, a la burla, a los insultos, y dile no a las soluciones para nuestro país”. Continuando con nuestra cuenta, encontramos a grandes tiendas que, para su beneficio común, se valen de la alienación del peruano, para sacar al mercado marcas que muestran a modelos importados, ignorando rasgos indígenas, que son parte de un considerable número de peruanos. Ahora sí, iniciemos el conteo a nivel ocupacional o profesional: encontramos al negociante que piratea todo producto novedoso, al chofer que maneja ebrio, al policía solicitando su “propinita”, al profesor que recibe “recompensas” por aprobar, al abogado que defiende cada caso sin importar la real justicia, y finalmente.

1.3.        ¿Qué podríamos decir del psicólogo o del estudiante de psicología?
 Parece que tampoco se han librado, hallamos a universitarios  que aproximan resultados numéricos de evaluaciones psicológicas, para que estas se ajusten a lo que desean obtener; también a aquellos que sin ningún reparo comentan a detalle todo lo que un paciente expresó en consulta. Sólo son algunas de las tantas conductas que atentan contra la ética, un buen “producto peruano”.
Hasta este momento, parece todo pesimismo; pero no todo es oscuridad, no es el mundo de las tinieblas, un destello de luz levanta la esperanza. Y si hablamos de esperanza, la Psicología Social es una ciencia potencialmente apta para brindar sus conocimientos teóricos y prácticos hacia la intervención y el desarrollo de conductas socialmente éticas.

1.4.        ¿Cómo Empezar?
Ortiz (2007) menciona que, para el desarrollo de la ética social, el foco de atención debe ser la educación en las escuelas. Así, se vuelve necesario implementar el curso de ética social desde el nivel primario, dándole las horas académicas necesarias y la rigurosidad en la calidad de enseñanza que demanda. Desde muy pequeños, es posible fomentar el análisis de nuestro contexto, utilizando la metodología necesaria que apunte hacia el aprendizaje significativo y, respetando el crecimiento y desarrollo cognitivo de cada alumno.
El psicólogo puede ayudar desde la intervención comunitaria. Para ello, se debe concebir al hombre como producto de una constante influencia social sobre el desarrollo de su personalidad, tal y como lo afirma Ortiz (2007).
La concepción del hombre como ser psicosocial ayudará a encontrar la forma más certera de intervenir. Así se puede desarrollar programas de intervención a nivel de niños y/o adolescentes y, en conjunto, programas de intervención para la familia y profesores. Se apuntaría a trabajar con las personas más cercanas al niño y/o adolescente, asegurándonos una constante retroalimentación de conductas éticas por parte de la sociedad correspondiente a cada individuo.
Esto es posible con un trabajo interdisciplinario, donde psicólogos, profesores, trabajadores sociales, sociólogos, etc. puedan apoyar. Sin embargo, desde ya se puede dar inicio a este arduo trabajo, como internos de psicología podemos fomentar programas comunitarios que apunten al desarrollo de conductas socialmente éticas.

La ética sólo estudia los actos humanos, conscientes y libres, ya que sólo estos tienen una valoración moral. La ética trata de conocer lo mejor posible la naturaleza humana y la actuación que le conviene a partir de todas las demás ciencias: medicina, biología, filosofía, sociología, etc.
La ética es una realidad cotidiana que nos atañe a todos y por eso, desde pequeños, continuamente emitimos juicios acerca de lo que nos ro­dea y de nosotros mismos. Cuando decimos que alguien actúa «bien» o «mal» estamos emitiendo un juicio ético, y cuando decimos cómo tendría que actuar, dado una norma ética. Por eso, la ética es una realidad que está a la orden del día. Un juicio es ético o de valor si compara el comporta­miento real de los hombres con el que deberían tener (el ser con el debe ser). Si no es meramente descriptivo, sociológico.
La ética no se conforma con conocer la naturaleza humana y emitir juicios lo más verdadera y objetivamente posible, intenta ayudar a los hom­bres para hacerlos más dichosos dándoles buenas normas que les sirvan de guía.
Es necesario distinguir entre las normas universales dadas por la ética racional (basadas en el estudio de la naturaleza humana compartida por todos los hombres y con el único fin de ayudarles a ser más felices) y las interpretaciones particulares de esas normas dadas por las éticas concretas que buscan también otros fines (políticos, económicos, religiosos, etc.) y van cambiando con el acontecer de las distintas circunstancias de la histo­ria, o de un país a otro. La ética es una ciencia rigurosa pues, aunque no conozca totalmente la realidad humana, es un intento objetivo y racional de aproximarse a ella.
Todas las ciencias tienen un objeto material (aquello que estudian), un objeto formal (o punto de vista desde el que estudian su objeto material) y un método propio. La ética también los tiene: su objeto material son los actos humanos (se entiende por «acto humano» el que es consciente y i- (|ucrido, frente al mero «acto del hombre» que es aquel que no: alguno de estos dos requisitos). Su objeto formal es la bondad o de estos actos para lograr la mayor felicidad del que los hace (que va irremisiblemente unida a la de los que tiene a su alrededor). Su método es el de la filosofía (puesto que la ética es una parte de ella, filosofía aplica­da): el método racional.
Los hombres averiguan cuál es el comportamiento que les conviene observando cómo actúan unos y otros y qué consecuencias se derivan de sus actos a corto y largo plazo. Estudiando directamente cómo es la natura­leza humana, para saber qué es lo esencial y común a todos los hombres, y qué es accidental y distintivo en cada uno, qué posibilidades tiene desde su nacimiento por el hecho de ser hombre, etc. De esta manera, de un modo racional, la ética va poco a poco haciéndose una idea cada vez más clara de qué es el hombre, cómo estamos hechos y cómo hemos de comportarnos para sacarle el máximo partido a nuestro propio ser, actualizando todas nuestras posibilidades y consiguiendo así ser más acertado (no todos los caminos conducen a la mayor dicha, muchos llevan al fracaso y a la frus­tración).
Como las normas de la ética son generales y no pueden descender a los casos concretos de la vida, por estar llenos de circunstancias particulares, la norma suprema de conducta debe ser siempre lo que nos diga nuestra propia conciencia. La finalidad de la ética es que los hombres sean más consientes y más voluntariosos, más humanos y más felices.
Llevar una vida ética, no es una carga pesada. Es sólo un modo de vivir. Es el único estilo de vida coherente con la vida misma que es siempre lucha, esfuerzo por mantenerse, por diferenciarse por lo mejor. Sin embar­go, la lucha no es siempre evitar lo malo, es sobre todo, tener la fuerza suficiente para llevar adelante un compromiso de vida consecuente con la dignidad de la persona.
La ética no consiste en cumplir normas que se imponen arbitrariamente al hombre y que más bien parecería estorbar su vida y realización huma­na. Pero tampoco es consecuente una ética relativista, individualista o prag­mática que hace depender totalmente de las diferencias de culturas, perso­nas o intereses. Menos aún tiene sentido una ética fácil (light), del todo vale, si me parece bien o me conviene. Frente a estas falsas alternativas se hace necesario clarificar qué es la ética y su significado para el ser humano y su vida.
Ética es lo que realmente da sentido trascendente, autenticidad y cohe­rencia al quehacer del hombre, en lo personal y en su convivencia con los demás. Ética no es algo sobreañadido respecto al ser mismo del hombre, sino vocación del hombre a ser verdaderamente humano, a tener que en­contrar y dar sentido a su vida en la búsqueda de su realización auténtica y plena. El deber ser de la ética surge y se sustenta en el ser mismo del hom­bre, en su estructura antropológica.
Las normas morales, aparecen fundadas en la propia naturaleza huma­na; son aquellas pautas de conducta que ayudan a su realización auténtica: son buenas porque ayudan a ser más y mejores personas. La ética es bús­queda de felicidad que solo se puede adquirir con la conducta moral bus­cando el bien absoluto que nos orienta en el uso justo de todos los otros bienes de la creación. Lo esencial para la ética es que el acto sea voluntario, consciente y querido. El ser humano construye la ética introduciendo el orden racional en el mundo de lo pasional. Pero no bastan actos aislados para la bondad ética. Es necesario repetirlos de tal manera que se inscriban lo nuestro propio ser como una cualidad permanente, que se vuelvan habi­tuales.
La ética es la inspiración positiva por la que el hombre trata de vivir conforme a lo que encuentra de mejor en sí mismo. Lo absoluto en la ética es el ser humano, todo lo demás es relativo al ser humano.
El compromiso ético requiere la presencia equilibrada de la inteligen­cia, la voluntad (libertad) y ¡a afectividad para dar cuenta de todo lo huma­no en el hombre.

Es necesario distinguir entre las normas universales dadas por la ética racional y las interpretaciones particulares de las éticas concretas que bus­can además otros fines (políticos, económicos, profesionales, etc.) y van cambiando espacio-temporalmente.
¿Por qué la diferencia entre países desarrollados y subdesarrollar. Muchos señalan que la razón aparente se debe a la economía sólida de los países ricos. Sin embargo, la razón fundamental, afirman los pensadores, son por los valores que se encuentran enraizados en las costumbres, en el modo de vida y en general en las sociedades de esos países del primer mundo.
Al realizar una investigación de la conducta de las personas en los países desarrollados se descubre que casi toda la población está regida por reglas, leyes y conductas que todos respetan. Respetan el orden, tienen pun­tualidad, responsabilidad, deseos de superación, honradez, el derecho de los demás, amoral trabajo, integridad, planificación, inversión, ahorro, lim­pieza, etc.
Los pueblos desarrollados cuidan el fiel cumplimiento de las normas éticas. Su calidad humana está determinada por su moral. La moral es cau­sa de su desarrollo social y las consecuencias de ésta son su desarrollo económico, material. Nosotros no tenemos porqué envidiar a ellos. Nues­tros antepasados, los incas, tuvieron mayor grandeza espiritual y material que ellos. Tenemos que rescatar dichos valores que siempre estuvieron pre­sentes en la Historia del Perú y que hoy deberían guiar nuestros actos.
La ética mejora el desarrollo de las personas, de las empresas y del país en su conjunto. La ética como camino hacia el desarrollo debe ser nuestra meta de realización personal. Cada quien debe usar bien su libertad para realizar conductas morales y ser lo que debiéramos ser. El gran camino que buscamos está al interior de cada hombre, no fuera de él, por eso es posible mejorar nuestro destino. La excelencia humana, la ética, tenemos que acostumbrarnos a buscarla todos los días. Puede ser difícil pero no imposible su logro.

La vida moral, en su sentido primigenio y más profundo, es siempre personal. Cada ser humano se eleva a la comprensión del valor del bien y procura plasmar en la realidad dicho valor, cuando se da cuenta de que determinada acción es valiosa y debe realizarse. Es así que de lo hondo de cada persona brota su comportamiento ético. Quien por su propio esfuerzo no se eleva al valor del bien, no capta dicho valor, y se limita a seguir el mandato de otra persona, o a obedecer ciertas costumbres del grupo social, no posee vida moral. La libertad, por ser uno de los pilares esenciales de la moralidad, hace que la vida moral sea personal, algo enraizado en cada ser humano. Cualquier desviación a lo social («hago esto porque el grupo so­cial lo hace») constituye una destrucción de la vida ética. Sin embargo, conviene advertir que uno de los rasgos esenciales de nuestra existencia como personas es el vivir en sociedad. El hombre como ser libre conserva frente a él una intimidad independiente, pero su vida no se efectúa ni se perfecciona sin la comunidad.
Cada persona poniendo en acción las potencias de su espíritu, se eleva al bien, descubriendo lo moralmente valioso y se propone a realizarlo. Pero este comportamiento (que tiene su fuente en el ser de cada persona) en cuanto se ejecuta (como acción o como omisión) en el mundo, casi siempre produce diversos efectos sociales, casi siempre repercute en otro u otros seres humanos.
No existe una moral social. Hay sí, una moral con efectos sociales, pero que es siempre moral personal. Eso no excluye que el grupo social elaboro, en el curso del tiempo, un conjunto de normas y preceptos acerca de lo que es bueno y lo que es malo, lo que debe hacerse y lo que no debe hacerse. Esto viene a ser una cristalización de la experiencia de las perso­nas. Este conjunto de normas que la sociedad aprueba puede denominarse, etica social.
Cada uno de nuestros actos tiene siempre algún impacto en los demás seres. Les hacemos daño, les creamos dificultades, les ponemos una barre­ra, o bien, ofrecemos nuestro apoyo, allanamos los problemas, les hacemos sentir alegría, duplicamos sus fuerzas, creamos sentimientos elevados y puros. Estos efectos, determinan nuevos actos, que a su vez originan nue­vos efectos y así sucesivamente.
Para ilustrar este aspecto vamos a referirnos al «Médico de los po­bres». La historia regional del centro del Perú, de las primeras décadas del siglo XX refiere que en Huánuco el médico Carlos Showing Ferrari desem­peñaba su profesión no por amor al dinero sino por amor al hombre. Si el paciente era de clase acomodada solía cobrar jugosos honorarios, si era de clase media el cobro era menor, especialmente a los maestros, o íes dejaba que paguen lo que su disponibilidad les permitía, pero si atendía a gente pobre no cobraba nada, al contrario le alcanzaba muestras médicas o dine­ro. Ante la diferencia económica de sus pacientes fundamentaba un trato diverso a ellos, practicaba y defendía una justicia distributiva. La justicia social para él era un principio moral, que exige tratar a todo hombre como un ser digno de respeto, igual en esencia a nosotros mismos y por ende merecedor de toda consideración.

1.8.        El legado de MANUEL MARZAL
La preocupación de Marzal1 sobre el tema de la ética se remonta a sus primeras investigaciones antropológicas. En 1977, en sus «Estudios sobre religión campesina», identifica una «dimensión moralista» que se refleja en la obligación de guardar ciertas reglas. Sin embargo, no quedaba claro —dice Marzal— «hasta qué punto puede hablarse de una dimensión ética», menos aún si el campesino ha logrado descubrir «la caridad al prójimo como un verdadero culto espiritual» (ERC: 290). La perspectiva antropológica estaba directamente relacionada con la pastoral cristiana, que era también su perspectiva de vida personal y vocacional.
En el año 1983 retoma la cuestión ética en «La transformación religiosa peruana». La ubica como uno de los aspectos de su investigación y critica la perspectiva evolucionista que en cierta medida negaba la dimensión ética de las religiones primitivas. Sin embargo, para centrar el tema y señalar la importancia del mismo dice que la ética andina estaba orientada, por una parte, a asegurar las relaciones equitativas dentro del grupo, resumidas en la repetida fórmula ‘no robes, no mientas y no estés ocioso’ en una sociedad basada en la ‘reciprocidad’ y, por otra parte, a asegurar la veneración hacia los seres del mundo sagrado, que premiaban o castigaban la conducta de los humanos sobre todo con sanciones intramundanas. Las raíces éticas cristianas se basaban en el decálogo revelado por Dios a Moisés y redefinido por Jesucristo en el sermón del monte y en todo su mensaje evangélico, pero se expresaban en el comportamiento concreto de los españoles de fines de la edad media, que marca una verdadera decadencia moral (TRP: 33).
Por ello, para entender la ética en su dimensión diacrónica, se requería de todas maneras llevar a cabo «alguna periodización» en la cual se debe considerar la «percepción de la moral cristiana por el indio» en el proceso peruano, pero también la percepción de las etapas en las que ha habido «una catequización más seria y un sistema ritual y organizativas florecientes» (TRP: 433-434) que han generado personas con «valores cristianos».
La enseñanza de la ética colonial, sin embargo, dice Marzal, pasó por tres modalidades: la denuncia de Las Casas, la utopía de minimizar las relaciones coloniales y la prédica que prescindía del sistema. La primera tendencia inspiró una corriente a manera de una «escuela de denuncia» que elevaban muchos clérigos y laicos y que planteaban la licitud o conveniencia de las encomiendas, el servicio personal y el repartimiento mercantil (TRP: 434). La segunda tendencia era aquella de los misioneros que querían cumplir con su misión mediante la evangelización en espacios especiales para los indios, como eran las doctrinas o las reducciones y que tuvo momentos de gloria. La tercera tendencia mayoritaria era aquella evangelización que se hizo sin cuestionar el sistema colonial de fondo (TRP: 434-436)2 y que de algún modo se impuso durante mucho tiempo. Sin embargo, Marzal era muy consciente que el problema ético en esas tendencias quedaba pendiente y su desarrollo dependía de la relación con la matriz andina y cómo desde esta cultura se fue haciendo una lectura de la ética colonizadora y se ejerció realmente.
Dos años mas tarde, Marzal publica El sincretismo Iberoamericano (1985), en el cual sistemáticamente considera la ética como una dimensión del estudio de la religión en Cusco, Chiapas y Bahía. En el mundo andino, oponiéndose nuevamente a los evolucionistas, afirma que existe una ética en la medida en que dichas «normas comprenden tanto ciertos preceptos universales impresos en el corazón del hombre como la aplicación de los mismos» (SI: 37). Del mismo modo, en el mundo tzotzil y tzeltal, los indios tienen «arraigado un concepto de pecado que puede acarrear desgracias en el mundo presente sin que se destaquen sus repercusiones en la vida del más allá, cuyo código ético concluye tanto las prohibiciones universales de las ética humana (no matar, no robar, no cometer adulterio, etcétera) como otras prohibiciones que se refieren al mandamiento del mundo cultural de las respectivas comunidades» (SI: 74). Finalmente, en el candomblé, donde hay autonomía como grupo, las personas están regidas por una serie de tabúes, deberes culturales y de solidaridad con los miembros de su propio grupo, pero —insiste Marzal reiteradas veces—, «como en la del sistema andino y maya, es el aspecto sobre el que se dispone de menos información, por haber sido mucho menos investigado y por tratarse de religiones más centradas en el culto que en la moral» (SI: 100).
1.9.        El ramillete de notas sobre moralidades y éticas
Las preocupaciones por la ética y la moral en las ciencias sociales no son recientes. Probablemente fue Malinowski quien desarrolló en el capítulo XIII, «La vida sexual de los salvajes», publicado en inglés en 1929 (1971), acerca de la moral y las costumbres de los trobriandeses. El autor en mención dice que «la ‘inmoralidad’, en el sentido de ausencia de todo freno, regla o valor, no existe en ninguna civilización, por pervertida y desprovista de base que sea». Se trata de un punto importante para establecer una relatividad cultural de la moralidad. Más recientemente, Howell (1997) publicó The Ethnography of Moralities con un número importante de artículos sobre las moralidades en diversos lugares del planeta. Sin embargo, nuestro interés aquí es más bien distinto.
Muchos de los que conocieron a Marzal mantuvieron —en el subconsciente— la idea de desarrollar algún día el tema de la ética y seguramente aquella intuición maduró en algunos y permitió tocar el tema de alguna manera. Sin embargo, el tema de la ética supera la cuestión de las relaciones de amistad y docencia.
Probablemente otros autores lo han abordado de muchas maneras, pues la manera de relacionarse cotidianamente entre seres humanos es sumamente importante para dejar de hacerlo. La ética, definitivamente, es un tema trasversal y toca las diversas dimensiones de la vida, la economía, la política, la educación, la vida cotidiana y la religiosidad. Aquí solo recojo algunos de aquellos trabajos —considerando la cronología de su publicación y con la seguridad de no poder incluir a muchos otros— a modo de ofrenda tardía para Manuel Marzal en forma de un ramillete de ideas sobre las maneras de entender la ética.
Quizás uno de los primeros antropólogos que comienza a considerar el tema de la ética sea José Luis González, en el diagnóstico que se hace sobre La religión popular en el Perú (1987). El capítulo VIII de este libro desarrolla la dimensión ética de las personas en el campo de la religiosidad popular y que Marzal hace alusión en Los caminos religiosos... (p. 256). En dicho estudio se analiza las «obras» del cristiano, los pecados y cómo entender las condiciones sociales. Las conclusiones van en la siguiente dirección: la fuerza de la ética o del juicio de valor se deriva de los derechos elementales del hombre: vida, trabajo, etcétera; que la ética popular obtiene sus criterios de vida de las exigencias de la realización humana; que el juicio ético popular se encuentra en la relación «Dios-hombre-norma ética-relaciones sociales» (González 1987: 159), vale decir que la relación del hombre con Dios es el fundamento de la dignidad y el respeto que la persona se merece. Sin embargo, en el campo de las relaciones interpersonales (matrimonio, sexualidad) los criterios éticos que se generan en el campo popular son diferentes a las inculcadas por la moral tradicional. Por ejemplo, se valora la «convivencia» sin que signifique un pecado, pero también hay conciencia de que el matrimonio sigue siendo una forma de realización de la persona y el divorcio es jugado como nocivo por la mayoría de los entrevistados.
1.10.     ¿Qué es aquello a lo que podemos denominar bien en sí o bien incondicional?
En nuestro contexto sociocultural actual, es la dignidad de cada persona, que debe ser admitida y garantizada jurídicamente y defendida políticamente. La dignidad es aquello que debe constituir el núcleo principal de toda ética filosófica y de toda deontología profesional que se precie.
Emmanuel Derieux sostuvo que, gracias a la deontología, la ética profesional adquiere un reconocimiento público; y es que la moral individual se hace trascendente en el campo de la profesión. La deontología surge como una disciplina que se ocupa de concretar normas en el ámbito profesional para alcanzar unos fines.


CONCLUSIÓN

·         La ética en el campo político atraviesa su forma más dramática cuando vemos en el horizonte más cercano maneras de actuar impunemente y que son aceptadas sin ambages por el sentido común.
·         La agonía de la ética está en manos de las personas y las instituciones que quieren comprometerse en cambiar las condiciones de vida no deseables. Agon es el término griego que se puede traducir por «lucha». Por ello, la agonía de la ética es la lucha por la vida mejor, que el mundo de las «moralidades» sea también «ético». Cuando Manuel Marzal dejó este mundo para encontrarse con lo Realmente Real, el reloj de la historia ha seguido marcando el ritmo de la vida y sus campanadas siguen alertando aquello que no se debe dejar de investigar y reflexionar: las formas en que se producen las desigualdades, los fundamentalismos sectarios, las solidaridades corruptas y las impunidades en los diversos campos de la vida humana; pero también cómo se construyen los reconocimientos de lo diverso, cómo se hacen más tolerantes las personas, cómo se hacen más diáfanos los servicios públicos y, finalmente, cómo se hacen más humanos los que detentan el poder.


BIBLIOGRAFÍA


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·         AGAMBEN, Giorgio. 2002 Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo Sacer III. Valencia: Pre-Textos.
·         ANDERSON, Jeanine (coordinadora). 2001 Yauyos. Estudio sobre valores y metas de vida. Lima: Ministerio de Educación.
·         ARANGUREN, José Luis. 1995 Ética. Madrid: Alianza Universidad.
·         CADENA, Marisol de la. 2004 Indígenas mestizos. Raza y cultura en el Cusco. Lima: IEP.
·         CASTRO, Augusto. 1994 El Perú, un proyecto moderno: una aproximación al pensamiento peruano. Lima: IRA-CEP.

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