APRECIACIÓN CRÍTICA



APRECIACIÓN CRÍTICA:
Ser responsable es ser capaz de responder por lo que se ha hecho, asumiéndolo como acto propio, y tal respuesta tiene al menos dos facetas importantes. Primera, responder yo he sido cuando los demás quieren saber quien llevó a cabo las acciones que fueron la causa más directa de tales o cuales efectos; segunda, ser capaz de dar razones cuando se nos pregunte por qué se hicieron estas acciones relevantes.
En una democracia, la verdad de las acciones con repercusión pública no puede tenerla nunca exclusivamente el agente que las lleva a cabo sino que se establece en debate más o menos polémico con el resto de los socios. Aunque uno crea tener buenas razones, debe estar dispuesto a escuchar las de los otros sin encerrarse a ultranza en las propias, porque lo contrario lleva a la tragedia o a la locura.
La persona responsable tiene que estar también dispuesta a aceptar, tras haber expuesto con sus razones y no haber logrado persuadir al resto de los socios, el coste en censuras o marginación que se suponga su discrepancia. Las palabras de Sócrates en el diálogo platónico Critón, cuando se niega a huir de la cárcel y prefiere arrostrar la condena a muerte sin abdicar de sus ideas, constituyen el símbolo clásico de esta actitud de suprema madurez cívica.
Los irresponsables pueden ser de muchos tipos. Lo hay que no aceptan la autoría de lo que han hecho: "no fui yo, fueron las circunstancias" Ellos no han hecho nada sino que fueron empujados por el sistema político y económico vigente, por la propaganda, por el ejemplo de los demás, por su educación o por la falta de ella, por su infancia desgraciada, por su infancia demasiado feliz y mimada, por las órdenes de sus superiores, por la costumbre establecida, por una pasión irresistible, por la casualidad, etc.
Es infrecuente que alguien diga que no fue él sino sólo las circunstancias o la casualidad cuando lo que se le atribuye es un acto heroico o un invento genial.
Otra forma de irresponsabilidad es el fanatismo El fanático se niega a dar ningún tipo de explicaciones: predica su verdad y no condesciende a más razonamientos. Como él encarna sin duda el camino recto, los que le discuten sólo pueden hacerlo movidos por bajas pasiones y sucios intereses, o cegados por algún demonio que no le deja ver la luz. Tampoco el fanático se tiene por responsable ante sus conciudadanos sino sólo ante una instancia superior y desde luego inverificable (Dios, la Historia, el Pueblo o cualquier palabra con mayúscula semejante): los miramientos y leyes habituales no se han hecho para gente como él, con una misión trascendental que cumplir...
Este modelo de irresponsabilidad gubernativa tiene su complemento en la de quienes consideran que ellos no tienen que responder de nada porque es el gobierno el debe resolverlo todo. ¡De nuevo la mentalidad totalitaria, que hace del Estado y sus representantes un absoluto fuera del cual sólo hay impotencia! En la sociedad democrática los ciudadanos podemos y debemos reivindicar nuestro derecho (que también, en cierta medida, supone nuestra obligación) a intervenir, a colaborar, a vigilar, a auxiliar cuando nos parezca necesario. Hay personas que en lugar de lamentar que los inmigrantes no conozcan nuestro idioma se ofrecen voluntariamente a enseñárselo, sacrificando horas de ocio; otras cooperan con su esfuerzo o su dinero en mantener movimientos sociales (educativos, antirracistas, asistenciales, etc) o instituciones no gubernamentales como Anmistía Internacional, las Asociaciones de Derechos Humanos o Médicos sin Fronteras, cuya labor es imprescindible en el mejoramiento de la sociedad civil actual.
Las sociedades democráticas, basadas en la libertad y no en la unanimidad coactiva, son por tanto las más conflictivas que nunca hubo en la historia de la humanidad. El esfuerzo permanente por pensar uno mismo lo que le conviene, justificarlo, romper con el pasado o buscar en él nuevas ideas, elegir lo que debe ser hecho y quiénes son más aptos para llevarlo a cabo... ¡cuánto jaleo! ¡Qué responsabilidad más grande! Y oirás que te dicen: ¿a qué nos lleva tanta libertad? ¿No seríamos más felices si fuésemos menos libres? Francamente, yo creo que a la política sólo se le pueden pedir remedios políticos... y la felicidad no es un asunto político. Los gobiernos no pueden hacer feliz a nadie: basta con que no le hagan desgraciado, que es cosa que sí pueden lograr en cambio bastante fácilmente.
EJEMPLOS
PODER JUDICIAL
El Poder Judicial es político y sus decisiones también políticas en cuanto es órgano del poder estatal, y sus pronunciamientos deben proyectar la concepción doctrinaria que cubre a la legislación y a la actividad estatal.
Pero que pueda corresponder al Poder Judicial, tiene que ejercer el control de constitucionalidad sobre la acción de los otros poderes, en cuyo caso tal atribución, lo perfila como Poder Político en el sentido de que actúa como "poder control" o "poder moderador".
Todos  pensamos que la responsabilidad política de los agentes judiciales es válida, ya que si bien no son elegidos por el pueblo, lo cual les daría un sostén político, y las decisiones tomadas no tienen perfiles de conveniencia y oportunidad como lo son en el resto de los Poderes, sino, por el contrario, se las aplican a un caso concreto, son en definitiva funcionarios del estado y deberán ser destituidos del cargo cuando dañen al interés general.



LAS NORMAS DE SEGURIDAD DE LOS LABORATORIOS.
Estas responsabilidades pueden ser ejercidas directamente por el ministerio responsable de la educación superior pero también pueden ser traspasadas a organismos especializados como una agencia de titulaciones o una agencia de garantía de la calidad. De hecho, sería poco usual que un ministerio tuviera la responsabilidad operativa sobre la garantía de la calidad, porque ello pondría en peligro la independencia de su evaluación o de las decisiones sobre acreditación. La autoridad en esta área incluso puede ser ejercida por una entidad no pública, como en el caso de la agencia de garantía de la calidad del Reino Unido, pero sigue siendo una responsabilidad pública porque el organismo en cuestión opera bajo un mandato público, que puede ser retirado por el ente público pertinente. La responsabilidad pública puede por lo tanto ejercerse a través de una entidad no pública pero no se puede renunciar a ella y, si la entidad en cuestión la desempeñara mal, la responsabilidad última seguiría siendo del ente público.







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